El mineral de hierro ha dejado una honda huella en la literatura sobre nuestra tierra. Desde la Antigüedad, algunos escritores han hablado de la abundancia del mineral, de la pericia de los vizcaínos en la forja o de la fama de los productos fabricados con acero vizcaíno.
Sin embargo, habrá que esperar a la gran explosión de la minería y la siderurgia en los momentos finales del siglo XIX y comienzos del XX para que la producción literaria se desarrolle plenamente. Las profundas transformaciones económicas y sociales de la Revolución Industrial en nuestra tierra generaron el caldo de cultivo propicio.

De Plinio el Viejo a Shakespeare
Aun sin ser una cita literaria propiamente, en su Historia Natural, escrita en el siglo I Plinio el Viejo nos decía:
“En la parte de Cantabria que baña el mar hay un monte asperísimamente alto todo de hierro, cosa increíble y maravillosa”.
Muchos siglos después, en los albores de la Edad Moderna, nada menos que William Shakespeare se hacía eco de la calidad de nuestro acero en dos de sus obras.
En Hamlet, escrita en torno a 1600, el genio inglés escribió:
“Sir, in my heart there was a kind of fighting, that would not let me sleep. Methought I lay worse than the mutines in the bilboes”.
Podemos encontrar todavía la voz “bilboe” en el diccionario Oxford, como referencia a un tipo de grilletes usados comúnmente como castigo en los barcos de la época, fabricados en acero procedente de Bilbao, ciudad de la cual tomaban el nombre.
Ese mismo término, aunque con una acepción distinta, ya lo había utilizado unos pocos años antes en The merry wives of Windsor (Las alegres comadres de Windsor):
“Ha, thou mountain foreigner!—Sir John and master mine, I combat challenge of this lattenmbilbo”
En este caso, Shakespeare da el nombre de “bilbo” a un tipo de espada muy conocida en el siglo XVI, corta, bien templada y afilada, que llevaba ese nombre porque las de más calidad se fabricaban en Bilbao y de allí eran exportadas a toda Europa.

Unamuno y Paz en la Guerra
Un nuevo salto temporal nos lleva hasta los años finales del siglo XIX. En 1897 se publicaba Paz en la Guerra, de Miguel de Unamuno, su primera novela. La obra nos sitúa en 1874, en pleno sitio de Bilbao, en el contexto de la última guerra carlista, momento convulso que el autor vivió en primera persona, siendo todavía niño.
Más allá de las acciones bélicas, la novela refleja las contradicciones de una sociedad polarizada, la vizcaína (y vasca), en ese momento exacto en el que una época se resiste violentamente a desaparecer frente al empuje ya imparable de los nuevos tiempos, representados por la ciudad de Bilbao y su espíritu liberal, en oposición a la mentalidad tradicionalista de los sitiadores. El triunfo final de la ciudad sobre la ruralidad, del bando liberal sobre el carlista, traería, nada más terminar la contienda, la supresión del viejo régimen foral que encorsetaba el desarrollo económico en clave capitalista. El gran boom de la minería y de la siderurgia llegarían inmediatamente y ya nada sería igual.
El siguiente párrafo describe a la perfección esa mentalidad aferrada a la tradición y opuesta al progreso, pero a la vez idealista y trágica:
“¡Siglo de las luces! ¡Mucho vapor, mucha electricidad! Y Dios, ¿qué es la electricidad y el vapor verdaderos?… El ferrocarril lleva la corrupción a los más escondidos valles. Las familias apenas se recogen ya a rezar el santo rosario; y mientras el buen casero, apoyado en su laya, sobre la tierra regada con su sudor, cuando se ha puesto el sol, a la oración, se quita la boina y reza, el negro allí, en su escritorio de Bilbao, adora al becerro de oro, y medita el engaño. ¡Cómo iban muriendo las buenas costumbres viejas!”

La novela social
La modernidad se abrió pasó, pero con ella llegaron formas renovadas de conflictividad social. Una literatura de denuncia se abrió paso como reacción a la codicia empresarial y a la explotación laboral, inherentes al despegue de la economía capitalista.
Vicente Blasco Ibáñez escribió, en 1904, El Intruso. La novela se centra en el enfrentamiento violento que tuvo lugar en Bilbao, el día de la Virgen de Begoña de 1903, entre peregrinos católicos que acudían al santuario y anticlericales formados por republicanos y socialistas. La jornada ha pasado a la historia como “el día que se tiraron los santos a la Ría”.
El 1911, el cántabro Ramón Sánchez Díaz publicó Jésus en la fábrica. En esta novela, en clave cristiana, nos ofreció un relato utópico sobre una explotación industrial regida por la convivencia colaborativa entre empresarios y trabajadores.
Unos años más tarde, Julián Zugazagoitia, obrero, periodista, sindicalista y militante del PSOE, que llegaría a ser ministro de Gobernación durante la Segunda República, escribió dos novelas de hondo contenido social: El botín (1929) y El asalto (1930). En la primera de ellas denuncia el contraste entre una clase empresarial enriquecida de una manera desmedida gracias a la neutralidad en la Primera Guerra Mundial, y una clase trabajadora, explotada y sumida en la más absoluta de las miserias. El asalto, por su parte, se centra en la huelga general decretada por los partidos y sindicatos de izquierda en 1903, una convocatoria que acabaría dando sus frutos, gracias a la tenacidad del movimiento obrero.
La lista de escritores que nos ofrecieron en sus novelas su visión particular sobre la industrialización y sus efectos sobre la sociedad es larga. Por no extendernos demasiado citaremos únicamente los nombres de Rafael Sánchez Mazas, Juan Antonio de Zunzunegui y, sobre todo, de Ramiro Pinilla, autor de Verdes valles, colinas rojas, la famosa trilogía cuya narración cubre toda la era dorada de la metalurgia del hierro en Bizkaia.