Con el final de la última contienda carlista, en 1876, y la inmediata supresión de las normas arancelarias que limitaban el libre comercio del hierro, se inició un rápido despegue de la industria vasca, en un sentido moderno.
El arte no fue ajeno a este fenómeno. Durante el periodo comprendido, aproximadamente, entre 1876 y 1936, auténtica edad de oro de la minería y la siderurgia vascas, se dio el caldo de cultivo perfecto para que un numeroso grupo de artistas coincidieran en espacio y tiempo para plasmar, a través de su arte, la profundidad de estos cambios. Es el inicio de la modernidad también para el arte vasco.

El arte, reflejo de los cambios
El interés por el coleccionismo y las artes de la nueva clase social emergente, la burguesía industrial enriquecida, explica en gran medida el nacimiento de este foco artístico. Su patrocinio condicionó que buena parte de las obras creadas en estos años se destinaran, bien a retratar a los miembros de esta élite dominante, o bien a reflejar sus gustos y modos de vida.
Sin embargo, la sensibilidad de los artistas supo también sintonizar con otras realidades que se estaban gestando de forma paralela. La pintura, en particular, supo reflejar el efecto de estos cambios de manera realista, incluso ahondando en la crítica social.
Al igual que sucedía en otros países de Europa, el arte vasco exploró temas nunca tratados anteriormente, como el trabajo en las fábricas, la marginación social o la explotación de la mujer, entre otros.

Paisajes industriales
El primer gran impacto visible del proceso emergente lo sufrió el paisaje y, en nuestro ámbito geográfico, la Ría de Bilbao fue el ejemplo más extremo de transformación paisajística. La relación de pinturas en las que se ha representado a la Ría y a sus industrias sería interminable y por ello solo nos vamos a detener en tres obras de tres grandes artistas de aquella generación irrepetible.
Anselmo Guinea (1854-1906), destacó por reflejar, con su indiscutible maestría, aunque aún desprovista de crítica social, la dureza de los trabajos junto a la Ría. En su conocida pintura La Sirga de frente (1893), el artista plasmó a un hombre y una mujer, tirando penosamente de una maroma que arrastra una gabarra que se desliza por una Ría repleta de barcos de vapor.
Otro de los grandes renovadores del arte vasco, Darío de Regoyos (1857-1913), también dedicó varios lienzos a la Ría de Bilbao y su industrialización. Como ejemplo, en su obra Altos Hornos de Bilbao (1908), el autor ha representado a dos personajes anónimos que contemplan, desde la opuesta ribera de Lamiako, la intimidante estampa del recién creado coloso industrial, que escupe humo sin cesar desde sus altísimas chimeneas.
El tercer artista es el bilbaíno Adolfo Guiard (1860-1916) quien, en clave impresionista, nos obsequió también con distintas vistas de la Ría industrial. Bueno ejemplo es su óleo La Ría en Axpe, en la que se representa el bullicio de la Ría en ese punto, con sus barcos a vapor y el telón de fondo de las chimeneas de las fábricas.

La representación del trabajo
El trabajo en el interior de las fábricas o cerca de ellas, así como la dureza de las condiciones laborales de la nueva clase obrera, también fueron motivo predilecto de los artistas en este tiempo.
La imaginación de Ricardo Baroja (1871—1953) recreó lo que pudo ser el trabajo en las primitivas y preindustriales haizeolas de monte. En un curioso tríptico, el artista reflejó las tres fases del trabajo en torno a esta actividad: la extracción manual del hierro en el monte, la obtención del carbón en una carbonera y la fusión final en el horno, una vez cargados el carbón y el mineral.
El pintor filipino Juan Luna Novicio (1857-1899) visitó nuestras tierras, donde entabló amistad con algunas de las grandes figuras del desarrollo industrial vizcaíno. Fruto de esta relación salieron varios encargos en los que se reflejaba la realidad del trabajo en las fábricas, en este caso, desde la perspectiva de las personas que trabajaban en ellas. En Los ferrones (1893), el artista muestra la titánica lucha de dos operarios que, sin apenas medidas de protección, se afanan en su dura labor en condiciones de extremo calor.
Esta falta de medidas elementales de seguridad ocasionaba numerosos accidentes laborales. Son muchos los artistas, en toda Europa, que sintieron la necesidad de reflejar esta situación de precariedad.
En nuestro espacio geográfico, Aurelio Arteta (1879-1940) nos dejó en Accidente de trabajo en una fábrica de Vizcaya (1902) un excelente ejemplo de la dramática nueva realidad.

El arte social de Vicente Cutanda
En una línea, todavía más crítica en lo social, se mueve la obra del pintor turolense, aunque muy vinculado a Bizkaia, Vicente Cutanda (1850-1925). Desde una perspectiva de abierta denuncia, vinculada a los nacientes movimientos obreros, el artista retrató la cruda realidad del trabajo en las fábricas siderúrgicas. Sus conocidas obras Una huelga de obreros en Vizcaya (1892) y Preparativos del Primero de mayo (1894) nos permiten evocar el ambiente de tensa confrontación que acompañó al proceso de industrialización desde la perspectiva de la organización obrera.

El papel de la mujer
La necesidad de mano de obra para las minas y para la industria arrastró a la precariedad laboral también a las mujeres. Su situación, realizando los trabajos peor pagados o bien, cobrando un salario inferior por realizar las mismas tareas, las convertía en trabajadoras de segunda clase. La prostitución era el escalón más bajo en este descenso a la marginalidad, extremo que fue también motivo de denuncia por los artistas de la época.
En el contexto de las labores vinculadas a la industria podemos citar otra vez a Darío de Regoyos. En Cargadoras en El Arenal, nos muestra el trabajo de un grupo de mujeres que descargan, cada una con su canasto, la carga de un buque abarloado frente al Arenal bilbaíno.
Trabajo digno de animales de tiro, pero frecuentemente desarrollado por mujeres, era el de la sirga. Al hablar de la Ría, hemos citado una obra de Anselmo de Guinea sobre este oficio; en este punto mencionaremos otra, Mujeres a la sirga. En esta versión, las protagonistas son dos mujeres a las que Guinea representa de espaldas, con las maromas alrededor de sus cuerpos, arrastrando esforzadamente una gabarra que, en el encuadre de la escena, no resulta visible al espectador.

La Ría, la industria y el trabajo en las factorías han generado otras muchas obras de arte, tanto en pintura, como en escultura, fotografía o incluso cine. Lo han hecho, además, hasta el presente. Por razones de espacio, hemos limitado el alcance de este artículo a unos pocos autores y obras, a los que hemos escogido por haber sido testigos directos de la época dorada de la siderurgia vasca.