La Ría es el progreso; en el profundo
cauce, el hilo de plata serpentea,
y el palpitar del corazón del mundo
lleva hasta San Antón cada marea.
José del Río Sáinz Pick (1884-1964)
La Ría de Bilbao, con su fluir tranquilo actual, casi melancólico, con sus riberas, hoy sin barcos, y los enormes solares degradados en sus márgenes, ha sido, sin embargo, testigo durante más de un siglo, de una intensísima actividad humana. Hasta hace no tantos años, los 14 kilómetros que separan la villa de la desembocadura del Nervión han sido un hervidero de actividad industrial: hornos altos con largas y humeantes chimeneas, astilleros de cuyas gradas salía la mayor flota del estado, industrias metalúrgicas, químicas, eléctricas… Un tiempo en que los buques subían hasta el mismo corazón de Bilbao, navegando por debajo de puentes o atravesando otros que se abrían ceremoniosamente a su paso. Cronológicamente y de manera aproximada, podemos situar este proceso de despegue, desarrollo y decadencia entre 1875 y los primeros años del milenio actual.
Un siglo de lucha contra el mar
La presencia de un cauce navegable próximo a las cuencas mineras, en una ubicación geográfica relativamente bien conectada por mar con las zonas más industrializadas de Europa, invitaba a la ubicación de las industrias. Sin embargo, el tráfico por esta vía fluvial no fue fácil en un principio.
El puerto, históricamente emplazado dentro del mismo Bilbao, obligaba a los buques a remontar la distancia entre el Abra y el centro de la villa. Era un trayecto complicado, que obligaba a salvar meandros, bancos de arena o fango y, muy en particular, la temida “barra de Portugalete”, una lengua de arena que se formaba justo en la desembocadura y que fue, a lo largo de los siglos, causa de innumerables naufragios en las bajamares.
Para combatir estas dificultades se formó, en 1877, la Junta de Obras del Puerto. Este organismo tendría un protagonismo fundamental en la planificación y ejecución de las obras de acondicionamiento de la Ría y de la construcción del futuro puerto exterior de Bilbao. La primera obra de envergadura que acometió fue la construcción, entre 1877 y 1897, del Muelle de Hierro de Portugalete, obra del ingeniero Evaristo de Churruca, que permitiría eliminar, de una vez por todas, la mencionada barra.
Otros hitos clave en este largo proceso de conquista del medio fueron la construcción del dique de Santurtzi y su contramuelle de Algorta, en 1908 y la apertura del Canal de Deusto, en 1968 (su reciente ampliación ha convertido lo que era “península” de Zorrotzaurre en una isla). Finalmente, la construcción del dique de Punta Lucero, ejecutado entre 1977 y 1986, culminaba el proceso de traslado del puerto desde la ciudad de Bilbao hasta la desembocadura de la Ría, en lo que conocemos como “El Abra”.
Las industrias de la Ría
Como ya hemos visto en anteriores entradas, la riqueza en mineral de hierro y su extracción a gran escala están en el origen del gran despegue industrial de Bizkaia. La salida natural hacia los mercados europeos se realizaba, a través de la Ría, por lo que las primeras estructuras que la jalonaron tenían que ver con el transporte del mineral: ferrocarriles mineros traían el mineral hasta los cargaderos que las compañías mineras construían en la orilla izquierda de su cauce. El paso de transformar el mineral localmente, en lugar de exportarlo en bruto, vino muy poco después, y así surgieron los altos hornos, los cuales, a su vez, estimularon el desarrollo de actividades que servirían para dar salida a su producción, como fueron la construcción naval y la metalurgia de transformación del hierro. Otros sectores con fuerte implantación en las márgenes del Nervión han sido el eléctrico y el químico.
La construcción naval
La construcción naval ha tenido una importancia especial en la construcción de la identidad bilbaína.
Como no podía ser de otra manera, Bizkaia adaptó muy rápidamente el uso del hierro a la construcción naval, de tal suerte que, para 1910, el 47 % de los buques de todo el estado español llevaban la matrícula de Bilbao.
Los primeros astilleros modernos estuvieron vinculados a la construcción de buques de guerra para la Marina. Este fue el origen de Astilleros del Nervión (1889), nacidos para construir y botar tres cruceros para formar parte de la armada. A este siguieron en los años siguientes otros grandes astilleros como Euskalduna, en 1900, La Sociedad Española de Construcción Naval, (La Naval), en 1915 o Astilleros del Cadagua. Junto a éstos, convivieron constructores más modestos, como Celaya o Ruiz de Velasco, éstos ubicados en la margen derecha de la Ría.
Lo que queda
El cambio de modelo económico forzado por la crisis de los sectores tradicionales trajo el cierre y abandono de las grandes instalaciones fabriles y su adaptación para nuevos usos. En el mejor de los casos, el lugar de las viejas fábricas se ha utilizado para la construcción de nuevos equipamientos, normalmente de tipo cultural. Es el caso de los museos Guggenheim o Marítimo de la Ría o el palacio de congresos de Bilbao (llamado Euskalduna en recuerdo del antiguo astillero de ese nombre). En una línea parecida, las márgenes industriales de la Ría, con sus viejos muelles, dársenas, almacenes de carga, caminos de sirga, cargaderos de mineral, etc., se han reconvertido en amenos paseos verdes para el disfrute de bilbaínos y turistas foráneos. Son buenos exponentes los paseos de Uribitarte y Olabeaga.
Es el nuevo Bilbao que ha renacido de las cenizas del viejo.
En otros casos, menos afortunados, los viejos pecios industriales no han hallado todavía un nuevo uso, y no son hoy más que enormes y degradados solares en los que aún se elevan ruinas de aspecto fantasmagórico. Este ha sido el triste destino, si nada lo cambia, de espacios como el que ocupaba Astilleros del Cadagua, toda la ribera de Zorrotza y Burtzeña y, desde hace pocos años, todo el sector que ocupaba La Naval de Sestao, el último gran astillero en sucumbir.
Ha faltado sensibilidad e imaginación para encontrar un nuevo modelo de desarrollo que respete e incorpore la memoria del pasado. Casi no queda nada en pie, salvo unos pocos elementos salvados milagrosamente y que es necesario proteger y preservar. Nada más recomendable que un paseo por la Ría, entre Bilbao y el Abra, para conocerlos. Como hitos en esta singular ruta caben destacar el puente de Deusto (concebido para abrirse y dejar paso a los barcos que remontaban la Ría hasta la zona del Ayuntamiento), el imponente edificio de Molinos Vascos, en Zorrotza, los restos de cargaderos de mineral en torno al puente de Rontegui, el edificio Ilgner y el horno Alto nº 1, preservados de lo que fue el coloso de Altos Hornos y las dársenas y edificios abandonados de La Naval, en Sestao. Llegados a la desembocadura, el viejo puente de Hierro de Portugalete, la obra de Evaristo de Churruca, y El Puente Vizcaya, o Puente Colgante, construido en 1892 para unir Portugalete y Las Arenas (Getxo), nos transportan ambos al momento de mayor esplendor de la industria del hierro.