A lo largo de los capítulos precedentes, hemos ido viendo cómo el mineral de hierro ha condicionado el devenir de esta tierra desde la lejana Edad del Hierro hasta el presente. Su abundancia en nuestro suelo ha sido determinante para dar forma a nuestro paisaje, a nuestros modos de vida y a nuestra propia cultura como pueblo.
Hemos podido ver, también, la enorme repercusión que tuvo en nuestro territorio la Revolución Industrial. Y es que en la segunda mitad del siglo XIX el hierro se convirtió, a nivel mundial, en la imagen viva del progreso, pues con él se construían los ferrocarriles, los barcos a vapor, las máquinas y también las modernas estructuras para la construcción o la ingeniería.
El protagonista de este capítulo es una superviviente de aquellas construcciones innovadoras: el Puente Vizcaya, auténtico símbolo de aquella nueva “Edad del Hierro” vasca.
Símbolo de una época
El Puente Vizcaya, o “Puente Colgante”, es uno de los grandes monumentos de la Revolución Industrial.
Inaugurado en 1893, es decir, en plena explosión de la actividad minera e industrial vasca, fue diseñado para unir las localidades de Portugalete y Getxo, justo donde el río Nervión se conecta con el mar. Su imagen pasada y también actual, a modo de arco triunfal bajo el cual todas las embarcaciones en dirección a Bilbao debían pasar, se convirtió en el mejor símbolo del poder industrial vizcaíno.
El primer puente transbordador del mundo
Como hemos visto, desde 1887, la construcción del muelle de hierro de Portugalete había eliminado la temida “barra” de arena, el gran obstáculo que impedía que buques de gran calado pudieran remontar las aguas del Nervión. Salvado este obstáculo, se impuso la necesidad de comunicar las dos localidades mencionadas, pero sin interrumpir este cada vez más intenso tráfico marítimo, generado por la actividad minera e industrial. Para entender la importancia de su diseño hay que entender que en este tiempo la navegación era a vapor, por lo que los barcos estaban dotados de altas chimeneas e incluso palos.
El Puente Vizcaya fue el primer puente transbordador construido en el mundo, resultado de la fusión de dos innovaciones tecnológicas diferentes: la moderna ingeniería de puentes colgados de cables desarrollada a mediados del siglo XIX y la técnica de grandes vehículos mecánicos accionados con máquinas de vapor.
Estructuralmente, está formado por cuatro torres de celosía de acero remachadas, atirantadas con cables y enlazadas dos a dos, con una altura total de 51 metros. Entre ambas parejas de torres situadas en cada orilla se tienden cables parabólicos de los que cuelga el tablero superior, de 160 metros de longitud, suspendido a 45 metros de altura sobre el nivel del agua en las pleamares. Por este tablero rueda un carretón mecánico del que pende una plataforma situada al nivel de las riberas. Esta barquilla es capaz de transportar tanto a vehículos como a pasajeros de a pie.
Un puente privado
El arquitecto vasco Alberto de Palacio Elissagüe y el constructor francés Ferdinand Arnodin patentaron la invención del “Puente Vizcaya” en 1888. Economía de medios, construcción desnuda y utilización práctica de la tecnología al servicio de las necesidades sociales fueron los rasgos propios de la modernidad que inspiraron su proyecto y que quedaron expresados en el puente con un lenguaje de vanguardia, elegante y monumental.
La construcción fue financiada por un grupo de pequeños empresarios locales liderados por Santos López de Letona, un industrial del sector textil. Desde entonces, y salvo un pequeño lapso de algunos años, motivado por su voladura en la Guerra Civil, el puente ha seguido transportando a personas y vehículos, siempre desde la gestión privada.
El padre de una saga
El “Puente Vizcaya” fue el primero en el mundo en combinar una estructura colgante con un vehículo transbordador. Durante el primer tercio del siglo XX, inspiró la construcción de más de veinte puentes similares en Europa, África y América. En la actualidad, nueve de sus descendientes siguen en pie, aunque la mayoría ha dejado de funcionar y ninguno se conserva en mejor estado que él.
Francia fue el país donde más puentes transbordadores se construyeron, gracias a que Ferdinand Arnodin, supo sacar mayor provecho de la patente original. Se construyeron puentes similares en puertos, como Bizerta (Túnez, entonces colonia francesa), Ruán, Burdeos, Nantes, Marsella y Brest. Con el paso del tiempo, casi todos fueron desmantelados, destruidos o bombardeados en conflictos bélicos. El único que sigue en funcionamiento es el de Rochefort-Martrou, que data de 1900.
En el Reino Unido se llegaron a construir cinco estructuras de este tipo, aunque tres de ellas han desaparecido. A pesar de ello, el puente de Newport, inaugurado en 1906, aún continúa operando. En Alemania, existieron tres puentes transbordadores; actualmente, dos se mantienen en pie, y uno de ellos, el de Osten, sigue en funcionamiento.
También en América se levantaron puentes transbordadores, aunque hoy en día solo uno continúa en servicio: el ubicado en el barrio bonaerense de La Boca, en Argentina. Otros, como el Sky Ride de Chicago y el Ponte Alejandrino de Río de Janeiro, fueron demolidos, mientras que el de Duluth, en Estados Unidos, dejó de operar hace tiempo.
Patrimonio Mundial
La importancia del Puente Vizcaya como símbolo de la Revolución Industrial y su herencia universal, por ser el modelo inspirador de una saga de puentes similares por el mundo, le han valido el reconocimiento mundial. El 13 de julio de 2006 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, siendo elegido entre un total de 37 candidaturas. La UNESCO considera al Puente Vizcaya como una de las más destacadas obras de arquitectura del hierro de la Revolución Industrial y destacó su uso innovador de los cables de acero ligero trenzado.
Hoy, más de 130 años después de su inauguración, el Puente Vizcaya continúa realizando más de trescientos viajes de trasbordo diarios y alcanza una media anual de seis millones de peatones y medio millón de vehículos transportados. Esta vitalidad, funcionalidad e indudable impacto social constituyen la mejor garantía para su conservación.