Es difícil saber con exactitud en qué momento y lugar comenzó históricamente a trabajarse el hierro, aunque parece ser que su uso se extendió a partir del año 1200 a.C., de manera más o menos simultánea, a partir de varias zonas: Oriente Próximo, La India y el Mediterráneo Oriental. Para encontrar las primeras evidencias de su uso en la Península Ibérica y el País Vasco, habrá que esperar, sin embargo, hasta el siglo VIII a. C.
A falta de una mayor capacidad tecnológica, estas antiguas culturas del hierro necesitaban mineral con alto contenido de este metal, que reducían en sencillos hornos excavados en el suelo. Este sistema rudimentario se siguió utilizando, sin demasiadas modificaciones, durante más de 2000 años, más o menos hasta el final de la Edad Media, momento en que las ferrerías hidráulicas, mucho más eficientes, fueron imponiéndose por toda nuestra geografía.
Cómo eran las haizeolas
Como hemos dicho, este primitivo sistema de fusión del hierro no debió de evolucionar mucho desde la Antigüedad hasta finales del siglo XIV o principios del S XV. En Euskal Herria, a este tipo de ferrerías de monte se las conoce por el nombre de haizeolak (ferrerías de aire).
Una haizeola no era más que un hoyo de unos 30 a 50 cm, excavado en la tierra, recubierto por una elevación de piedras que podría alcanzar una altura de un metro o metro y medio. Su diámetro interior podría ser de unos 50 a 70 cm. A distintas alturas se practicarían orificios a fin de facilitar la ventilación, seguramente inducida mediante fuelles accionados por los ferrones. Básicamente, se trataba de fundir en su interior hierro de gran pureza mezclado con carbón vegetal. Como es de suponer, las haizeolas se tenderían a construir en lugares donde abundaban estas dos materias primas.
Proceso productivo
El primer paso era, lógicamente, conseguir las materias primas que intervenían en el proceso. Tal como vimos en el capítulo anterior de esta serie, en nuestro territorio y más en concreto en los valles mineros de la zona occidental de Bizkaia, el hierro se extraía, la mayoría de las veces, a cielo abierto, sin el esfuerzo de tener que construir galerías subterráneas. Se utilizaría generalmente el mineral con más alto contenido en metal, como se ha dicho.
Este mineral no era introducido directamente en el horno, sino que, previamente, había que someterlo a unos tratamientos preliminares, como eran el tostado y el triturado, procesos que buscaban que el hierro se fundiera con mayor facilidad una vez sometido a las altas temperaturas del horno.
Paralelamente, había que preparar la suficiente cantidad de carbón vegetal necesaria para el proceso de fusión dentro del horno, ya que se estima que, para kilogramo de hierro obtenido, se necesitaban unos cien kilogramos de carbón. El proceso de producción de carbón vegetal en carboneras tradicionales de monte (txondorrak) también se desarrollaría en las inmediaciones de las haizeolas.
El siguiente paso era cargar el horno de la haizeola con capas alternas de hierro y carbón, o bien con una mezcla ya preparada de ambas. Una vez encendido el combustible, la acción del calor producía, en primer lugar, una masa esponjosa (agoa), formada por el hierro y sus escorias, que era necesario ir progresivamente separando. Alcanzada la temperatura necesaria, buena parte de estas escorias adquiría la fluidez suficiente como para ser drenada al exterior del horno.
Una vez extraído de la haizeola el producto resultante, se le sometía in situ a una primera fase de “preforja”, consistente en golpear la masa para separar las escorias que aún permanecían en ella, con lo que se conseguía, además, que el metal adquiriera una mejor consistencia. Aprovechando que el metal estaba aún caliente, era el momento de dar al hierro resultante la forma adecuada (barras o lingotes), para ser transportada a los núcleos de población cercanos. En estos se procedería a la forja definitiva, que refinaría todavía más el metal, hasta conseguir la calidad necesaria para ser utilizado en la fabricación de herramientas, armas, anclas, o lo que fuera.
Importancia histórica
La simplicidad y fragilidad de estas estructuras han hecho que ninguna de ellas llegue hasta nuestros días. Los estudios arqueológicos nos revelan, sin embargo, datos interesantes sobre esta actividad que ha sido tan importante y que ha estado tan unida a nuestra historia. Los depósitos de escorias mezcladas con restos de carbón vegetal han permitido identificar la ubicación de un gran número de hornos de este tipo. Se han podido deducir formas, dimensiones y materiales constructivos. Sabemos que en algunos emplazamientos se superpusieron unas estructuras sobre otras durante largos periodos de tiempo, siglos incluso. En ocasiones se han encontrado conjuntos formados por varios hornos complementarios, lo que avala la hipótesis de que en el mismo lugar se llevaban a cabo varias fases del proceso: la tostación, la reducción en el horno de la haizeola e incluso la primera forja.
Y así terminamos con este capítulo dedicado a la más primitiva actividad siderúrgica vasca. El proceso de transformación del mineral de hierro en haizeolas ha perdurado en el tiempo mucho más que ningún otro, a pesar de su simplicidad y carácter rudimentario. Frente a los aproximadamente cuatro siglos de apogeo de las ferrerías hidráulicas o a los escasos 150 años en los que los altos hornos modernos han dominado nuestro paisaje industrial, los humildes hornos de monte cumplieron eficazmente su función durante más de dos mil años. Conocer este pasado remoto es esencial para comprender nuestra evolución posterior como pueblo ligado a la industria y al hierro. Las haizeolas son elementos de nuestro patrimonio, aún muy desconocidos por el gran público, pero que es preciso poner en valor.